Café 0. Es un comienzo.
He estado dándole vueltas, no pocas, a como debía empezar nuestro camino en esta newsletter y, especialmente, a si el nombre que al final le he dado para acompañar al “café” de mi amigo Tomás Alonso era o no válido. Por un lado, me parecía que el término “cultura” encerraba algo rancio, algo asociado al pasado, elitista y que no aceptaría bajo su amparo todos los temas que quiero abarcar en estas sesiones semanales. Por el otro, se me hacía difícil pensar en otro concepto capaz de englobar tantas disciplinas y artes como las que quiero tratar aquí. ¿La solución? abrazar el concepto tal cual es, con sus luces y sombras, aceptando que quizás no sea el naming más brillante que se me podría haber ocurrido, pero sí el más honesto. Sin embargo, creo que conviene matizar ciertas cuestiones antes de lanzarnos de cabeza a esta piscina medio vacía.
Lo primero, es que resulta imposible determinar que es la cultura. Algunos, dotados de una inteligencia claramente superior, tratan de complicarla, de elevarla a estratos superiores del conocimiento para así desde su estrado (twitter) enfundarse la toga negra y decidir que es cultura y que queda relegado a… ¿no cultura? No, realmente no termino de creer (o más bien no quiero creer) que exista lo contrario de la cultura. Simplemente creo que los seres humanos, desde Pedrerol con sus dramáticos e interminables silencios mirando a cámara en cada programa del Chiringuito, hasta Yung Beef en Adromicfms 4 regalándonos un clásico instantáneo a la generación Z, creamos. Y, en mi humilde opinión, el acto de crear debe ser lo suficientemente sagrado como para escapar del dedo incriminatorio, del ajusticiamiento que se ha convertido ya en práctica habitual y del que todos, en algún momento, hemos sido participes.
Amor por las etiquetas
Pero, si es que esto fuese posible, es decir, si pudiésemos delimitarla ¿Por qué habríamos de distinguir entre cultura y no cultura? Parece que estemos condenados a etiquetar todo lo que vemos como si, de alguna manera, fuésemos Mónica en ese capítulo de Friends en el que llega a etiquetar hasta la propia máquina de poner etiquetas (¿es esta referencia cultura?). Sentimos un instintivo impulso de señalar, nombrar y distinguir aquello que vemos, tocamos y escuchamos pensando que así simplificamos el asunto de la existencia cuando lo único que hacemos es sucumbir a la vorágine de la categorización. De izquierdas, de derechas, alto, feo, calvo, guapo, bajito, gordito (parece que el diminutivo le quita peso a lo que, supuestamente, se considera negativo) suelen ser etiquetas que no tardamos en asignar cuando conocemos a alguien.
En la música esto todavía es más grave. El nacimiento de un nuevo estilo, de una nueva forma de entender los ritmos y las harmonías y, sobretodo, de transmitir el mensaje (si es que lo hubiese) trae de cabeza a los críticos y periodistas musicales que se afanan en ponerle un nombre a la movida que está haciendo un chaval de dieciséis años desde su habitación con un ordenador cascado y el ableton pirata. Ya pasó con el trap. Después, vimos como nos entró el tic nervioso de querer encasillarlo todo en “urbano” y esta volviendo a ocurrir, como la primavera que siempre vuelve, con el hyperpop. Lo triste es que detrás de todo esto, es decir, del etiquetado compulsivo, únicamente esta el afán de poder vender mejor el producto (aprovecho para señalar a Spotify y demás plataformas de streaming y sus playlists “oficiales” como los grandes culpables del etiquetado musical; les dedicaremos una newsletter más pronto que tarde). Me pregunto si no sería más fácil simplemente relajarnos y disfrutar, cortar la etiqueta y consumir aquello que nos aporte (o no), nos conmueva, nos haga reír, llorar, o sea tan simple que nos conduzca a un estado de encefalograma plano (no literalmente) para poder estar, como diría Al Sarcoli en los vídeos de “Quiero ser negro”, de una maldita vez del chill.
¿Acaso la intervención de David Fernández “ Rodolfo el chikilicuatre” en Eurovisión no es cultura? ¿no lo es tampoco el imaginario de “nanos” y” tetes” creado en Gandía Shore? Yo considero que sí, de la misma forma que lo son el Yeezus de Kanye West, La Playa de Pavese y todos y cada uno de los capítulos de The Office (aunque podríamos discutirlo de la primera temporada, a puñetazo limpio, por supuesto). Y digo que sí por que la cultura es aquello que nos caracteriza, nos interpela y nos moldea (mierda, ya la estoy definiendo) y creedme que no hay nada que impacte más a un chaval que el primer contacto televisivo con Rafa Mora. Luego ya está en poder de cada uno decidir como recibir el impacto, como gestionar la información para que esta juegue a tu favor, o por el contrario, te arrastre hasta lo más profundo del océano de los estímulos.
No me quiero enrollar más, tiempo tendremos de profundizar en algunos de los temas que han ido apareciendo en nuestro particular primer contacto. Solo me queda decirte que si disfrutas de la cultura en todo su esplendor o, por el contrario, vives pensando que esta se limita a leer a los nobeles de literatura (cuyas obras considero indispensables y,a las cuales, pretendo dedicar no pocas de estas newsletters) acompáñame cada viernes a descubrir un matiz, un apunte, una pincelada de la grandiosidad del espectro cultural que nos rodea para así, y solo así, acercarnos a entender un poquito más la vida.
Hernández - Café y Cultura
Rodolfo el Chikilicuatre durante su actuación en Eurovisión (2008)